viernes, 19 de diciembre de 2008

Los niños han nacido con toda felicidad

A medida que escuchaba la música comencé a sentir un poco de asco. Oía y oía y no podía dejar de sentir esa especie de repulsión en mi cuerpo.
Pero era algo completamente ajeno a la música, no tenía nada que ver con el entorno, si no que todo provenía de mí, era yo. Comencé a sudar, sentía poco a poco como mi cara iba calentándose; cuando creí que iba a explotar y que posteriormente caería en cualquier momento al piso, decidí pararme. Estaba mareada, todo daba vueltas, los colores de mi entorno se entremezclaban dando la sensación de que fuera una alucinación.
Salí del teatro y cuando me encontré en la calle, sentí la brisa helada del viento. La sensación vivida allí adentro fue disminuyendo, hasta que ya no quedó nada de ella.

Caminé por la calle oscura y cuando llegué al final, divisé a un perro, me acerqué a él, estaba echado en el piso durmiendo, lo observé unos cuantos minutos, luego seguí caminando.

No podía entender muy bien lo que había ocurrido.
Si bien toda la vida me parecía un hastío permanente, nunca creí poder sentir tal pensamiento de manera física. Mi cuerpo era víctima del dolor psicológico que estaba viviendo durante ese período de mi existencia, y lo peor de todo: el problema se estaba convirtiendo en una enfermedad fatal.

Cuando llegué a mi departamento, lo primero que hice fue dirigirme al balcón, quería contemplar la ciudad de noche. Mientras miraba los edificios con luces prendidas aun, pensaba. Muchas ideas brotaban en mi mente, era un galimatías; armaba conclusiones luego me retractaba y así sucesivamente, llegando finalmente a nada.

De pronto un ruido me distrajo, sonó muy fuerte, como que algo hubiese caído al piso, algo de mucho peso impactado contra el cemento. El golpe fue muy fuerte y comencé a sentir muy intensamente los latidos de mi corazón. Tenía miedo. Algo extraño había sucedido, de pronto miré hacia abajo y vi a mucha gente alrededor de un cuerpo que estaba tirado en el piso, la sangre corría por alrededor de este, formando diminutos ríos que fluían poco a poco.
Mientras contemplaba estupefacta tal escena, sentí que alguien me golpeó en la cabeza, caí al piso, veía borroso y cerré los ojos, desde ese entonces no recuerdo absolutamente nada más.

Me desperté en una extraña habitación, miré alrededor de esta y solo vislumbré una montonera de cables tirados en el piso, más arriba, en las paredes yacían extraños objetos que no lograba reconocer. Todo me parecía muy extraño, sentía que todo daba vueltas y que mi cabeza iba a estallar en cualquier momento; ¡Oh no! Pensé, ¡No de nuevo! ¡No por favor no! Mi cuerpo comenzó a temblar. Me es imposible describir la náusea que sentí en ese momento, ya que era mucho más distinta e intensa que la vívida en la vez anterior. De pronto súbitamente dejé de estremecerme, volví a abrir los ojos y esta vez podía distinguir todo con mucha más claridad. Comencé a sentirme mejor, todos los malestares habían desaparecido. Me encontraba más lúcida que nunca, recién en ese instante tomé conciencia de todo lo que estaba pasando, volví a alzar la cabeza para mirar a mi entorno y de pronto descubrí horrorosamente que los cables que estaban en el piso, viajaban directamente hacia mí. Yo flotaba o al menos algo me sostenía en el aire, mi cuerpo estaba lleno de cables que traspasaban mi piel, parecía ser que eran cables de supervivencia, o algo así; más no tenía certeza de que eso fuera realmente cierto. No sé por qué se me cruzó la extraña idea de que estos cables me alimentaban o me proveían de algo, que yo por supuesto desconocía.

Todo aquello comenzó a preocuparme mucho; inquietud que posteriormente fue convirtiéndose en desesperación y pánico.
¿Qué hacía allí? ¿Dónde estaba? ¿Qué era todo esto? ¿Dónde se encontraba todo el mundo? ¡¿Qué ha pasado?!
Empecé a moverme, intenté forzosamente quitarme esos miles de millones de cables, de mi cuerpo, más no podía, eran demasiados, forcejeaba y forcejeaba, gritaba, más nadie acudía, nada pasaba.

Pasaron un par de horas, y en ese lapso de tiempo logré mantener la calma. De pronto, escuché un ruido, expectante alcé la cabeza y grité: ¿Quién anda ahí?, luego, volví a escuchar otro ruido, esta vez más fuerte que el anterior, y en eso, ante mis ojos, un extraño ser me saludaba. Era un hombrecito vestido de Pierrot. Su traje era de color pastel y su cara estaba pintada de blanco, sus ojos presentaban una extraña anomalía, sus iris eran de diferente color, uno del otro, uno era rojo y el otro verde, además, presentaba pupilas de distinto tamaño: en el ojo rojo, que era el izquierdo poseía la más pequeña; y en el verde, que era el derecho tenía la de mayor tamaño.
Sus párpados y todo el contorno de estos estaban pintados de negro, y una rayita vertical, dibujada de negro también, traspasaba a ambos ojos.
Sus labios eran rojos y su expresión entera era de desgano y un poco de pena.

-Clara, darling-, me dijo el hombrecito- ¿Cómo despertaste?
-Mal-, respondí, y le grité- ¡¿Qué es todo esto?!¡¿De qué se trata?!¡¿Dónde estoy?!¡¿Qué me han hecho?!
Pierrot me sonrió, y luego prosiguió: -Mira, querida Clarisse, ¡ah! ¡Casi lo olvidaba! ahora te llamarás Clarisse. Mm. verás, es algo un poco difícil de explicar a una jovencita como tú, que viene de…
Mira, hagamos un trato, Clarisse; te explico: voy a proceder a apretar un botón que tengo justo acá, en mis manos y con esto te voy a quitar los cables que están incomodando tu cuerpecito. Poco a poco vas a estabilizarte y podrás caminar y moverte. Tú, por tu parte, y quiero que me prestes mucha atención en esto que te voy a decir, ¡No intentes huir!, por que donde vayas te encontraremos fácilmente. Segundo, no quiero absolutamente ninguna actitud violentista, me refiero específicamente a que no intentes golpearme o algo por el estilo, por que créeme las consecuencias, van a ser muy tristes, y no bromeo mi querida Clarisse.

-¡Clara!-, interrumpí.
-Sh. Sh. Calla, calla, pequeña Clarisse.
-¿Y qué es lo que me podría pasar?-, pregunté.
A lo que Pierrot respondió:
-Mm. ¿de verdad lo quieres saber?
-Sí.
-Ok. Mira, podríamos, por ejemplo, cortarte un brazo, dejarte sin un ojo; o... ¡qué se yo! Piensa en cualquier violación a tu pequeño cuerpecito, o mejor aun, imagina más allá de eso, podríamos enviarte eternamente a una pieza oscura, o convertirte en cucaracha o... ¿Cuál es tu mayor miedo Clarisse?
-¿Pero por qué? ¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué me privan así de mi libertad? ¡¡Y cómo llegué a este maldito lugar!!
-Basta de preguntas. Ni una sola pregunta más. Se acabó.
Ahora, voy a proceder a apretar el botón y reitero, no hagas nada que yo no quiero que hagas. Debes obedecerme en absolutamente todo. Al menos si deseas que no te suceda nada malo. ¿Está todo entendido Clarisse?
-Sí, ¿Pero cómo…
-¡Perfecto entonces!

Apretó el botón, los cables comenzaron lentamente a descender, de a poco fui moviendo mi cuerpo. Cuando toqué el piso, Pierrot se me acercó, me tomó del brazo, me abrazó y me dijo: -perdóname por no haberme presentado aun. Me llamo David, para servirte-, (hace una pequeña reverencia), luego se da vuelta y dice ¡Sígueme!

David me llevó por un extraño e interminable túnel, en las paredes yacían miles de vitrinas, una seguida de otra, todas pegadas.
El túnel, cuadrado, poseía un techo y un piso, ambos de un color extraño.
En cada una de las vitrinas había algo distinto; cuando recién comenzamos a recorrer aquel túnel pude divisar entre todas aquellas, miles de seres humanos en extrañas condiciones.
En una, por ejemplo, había un hombre recostado en una tina con agua negra. Un chorro de agua le llegaba en la cara y en el contorno de la tina blanca caían hilos de pintura negra. En otra vitrina, divisé a una mujer recostada en una cama llorando, era rubia y llevaba puesto un lindo vestido rojo.

En otra, había un hombre sentado en una mesa, estaba de espalda, con las manos hacia atrás, en su cuerpo tenía unas horribles cicatrices de quemaduras, su oreja se había deformado, producto de una severa inflamación que recorría todo su cuello, comenzando en uno de sus hombros para terminar en la punta de su cabeza. En sus manos cargaba un cartel que decía su nombre “Kunio Yamashita”. En la pared de fondo se divisaba un reloj viejo y calcinado, que no funcionaba, pero no obstante marcaba las 8.15 AM.
En otra vitrina, un cura sentado en un trono de oro, y en su cara una expresión de horror. El fondo era todo de negro y el color del oro del sillón brillaba intensamente, haciendo contraste con el negro.
Así me lo llevé durante todo el viaje, contemplando a todos esos seres inmóviles. No sabía si eran reales o maniquís de muy buen material.

Cuando llegamos al final del túnel, una luz blanca brillaba intensamente, la observé y cerré los ojos, por momentos creí haber quedado ciega, pero luego volví a abrirlos y pude divisar a David que caminaba delante de mí. De pronto, un agujero negro comenzó a formarse en el piso, este empezó a crecer y súbitamente sentí que mi cuerpo iba atrayéndose a este agujero, como una especie de imán. Comprendí entonces que estaba apunto de caer en aquel hoyo negro. Caí, el impacto fue fuerte, traté de tomar la mano de David. Le gritaba una y otra vez: ¡Por favor David! ¡No dejes que me lleve! ¡¡Ayúdame!!... Más él solo sonreía, y lo peor de todo: no estaba siendo tragado por aquel infernal agujero. Alzando una mano se despidió de mí. –Adiós Clarisse.- me gritó, mientras me hundía por aquel singular fenómeno.
Caía. Caía. Sentía vértigo, no sabía hacia donde llegaría, de pronto la vi venir: era la náusea. Cerré los ojos. Era un remolino de sensaciones, emociones, pensamientos.
Frío, calor, mareo, sudor, vértigo, vómito, asco, locura, retardo, catarsis, frenesí, ilusión, sombra, ficción...
Seguía cayendo, todo esto no acababa nunca, cubría con los brazos mi cara. Y en el lapso distinguí colores, figuras. Abstracción pospictórica. Primero un fucsia y un fluorescente se entremezclaban, un verde, un rojo, un damasco, un azul, un amarillo. Luego extrañas figuras, negro y blanco, un circulo, un triangulo, un cuadrado, luego una raya roja, sobre un fondo de color damasco. Cuadrados rosados, cuadrados color crema, morados, uno encima del otro. Figuras desunidas, mezclas de colores inconexos, caos.
Luego círculos negros, círculos blancos, plomos, iban creciendo, uno pequeño, luego uno mediando, luego uno grande. Laberintos. Entre estos, números en color. Eclipse.
Quince escalas cromáticas sistemáticas fundiéndose verticalmente. Expresionismo abstracto, manganeso en violeta oscuro, azul sobre un punto, sonidos congelados, más números, números, números. Cine de cuatro cuadrángulos, celdas amarillas y negras. Fisicromía.
Luego cables, cables, sentía mi cuerpo atado de cables, poco a poco fui deshaciéndome de cada uno de ellos, volaban conmigo, caían conmigo al vacío. De pronto, abrí los ojos, todo se puso oscuro, no divisaba nada, miré hacia abajo y noté una pequeña luz blanca, que, a medida que iba cayendo se iba acrecentando, cuando la tuve muy cerca y sentí que ese era mi final y que ahí culminaría todo, una explosión detonó. Un inmenso hongo rojizo se eleva y se dispersa por todo el espacio. Sentí el calor en mis manos, como el de un animal, una gigantesca bola de fuego…Una viva oleada amarilla elevándose sobre un horizonte completamente violeta...
La última sensación, no visual y aterradora, fue cuando mis dientes me avisaron más enfáticamente que mis ojos. En el momento fatal sentí que algo vibraba en mi boca y un gusto muy definido me invadió la lengua.

Cuando abrí los ojos vi a mucha gente alrededor de un cuerpo que estaba tirado en el piso, la sangre corría por alrededor de este, formando diminutos ríos que fluían poco a poco.


Valeria Astudillo.














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